ANÁLISIS DE LOS JUICIOS HECHOS A DIRIGENTES REVOLUCIONARIOS y fusilados.
A. Dirigentes destacados del periodo revolucionario. En cuanto a las personas más significadas del periodo 36-39 como dirigentes del comité revolucionario, en quedaron pocas en la ciudad. Algunos de estos dirigentes fueron fusilados y de ellos hablaremos posteriormente, mientras los otros eran gente que no pudieron escapar pero que, no teniendo delitos de sangre, no esperaban lo que les caería encima. Así, la persona que cumplió una condena de prisión más larga fue Amadeo Alabart Jubany. Acusado de ser de CNT y de Juventudes Libertarias, llegó a presidente de éstas, asaltó varias tiendas y llevó presos derechistas en lugares donde luego serían asesinados. Es condenado a muerte y luego se le conmuta la pena a cadena perpetua. En 1952 pide el indulto, que no le es concedido, pero estando en la cárcel de Segovia, ese mismo año le dan la condicional. También de larga condena es el caso de Francisco Dedeu Catuellas. En 1946, todavía en la Cárcel 2a.Agrupación Colonias Penitenciarias de Montijo (Badajoz), se le deniega el indulto. Nacido en 1899 en Barcelona, vivía en C / Lirio. Fue condenado a 30 años, aunque parte del tribunal quería condenarlo a muerte. La Brigada Política Social lo detiene al cruzar la frontera según informe del 27 de septiembre de 1941. Pertenecía al Partido Sindicalista ya la CNT, siendo responsable de economía del comité y al Ayuntamiento.
Una de las personas no condenadas a muerte que recibió más cargos es Antonio Requena Agudo, acusado de matar a señores Lamarca (para quien trabajaba), Villa y también a Ramón Montañá y se le considera peligrosísimo. Detenido el 17 de junio de 39 a Combreny al intentar pasar a Francia y huido desde febrero del 39, fue condenado a reclusión perpetua. Estuvo a campo de Albatera, Tíjola, prisión de Olot, Barcelona, Carabanchel y Girona, y destacamentos de Blanes y Miralflores de la Sierra, entre 1939 y 1945. Pertenecía a una destacada familia de esquerresiii, uno de los miembros, Domingo Requena Castillo, fue fusilado.
El caso de Buenaventura Albó Ventura es otro de los que más se prolongó. En febrero del 40 lo encontramos en el Batallón de Trabajadores 167 de Madrid. El acusaron de estar en el piquete que mató Pedro Dalmau Bahía en Guadalmar (Ciudad Real) el 4 de diciembre del 38, según una delación. Ingresa en prisión de Valencia el 19 de marzo del 40 y es condenado a 15 años. Sale de la cárcel en mayo del 43 y el indulto en enero del 47. Ya en diciembre del 39 Francesc Miralles, como delegado de información de Falange, afirmaba que "era un elemento peligrosísimo para la Nueva España" y que llevó armas en octubre del 34. Era amigo de los líderes del comité, haciendo guardias y controles. Atacó edificios e imágenes religiosas, y fue en coches "destinados a dar paseos, por lo cual se cree que participan en varios asesinatos". En cambio, el informe municipal era totalmente diferente: según el ayuntamiento era "carente de alta determinaciones, ni ideología y se dejo convencer, frecuentando bares y cafés".
Otros también recibieron condenas duras, como Manel Pérez Blanch, acusado de ser dirigente del POUM, buscar armas por toda la ciudad y sacar las dentaduras postizas los asesinatos, por lo que se le condena a 20 años de prisión. Otros, como Bartolomé Pons, recibieron condena perpetua por ser fundadores del Sindicato El Radio de contramaestres en 1916, fue acusado en 1934 de matar a un obrero ardilla.
También hemos localizado otros juicios como los hechos a presidente del sindicato de ferroviarios y de metal de UGT en la comarca, y del conjunto del sindicato marxista en la comarca, los cuales cumplieron largas condenas y no recibieron ningún tipo de beneficio por su actuación moderadora reconocida en los juicios ante los "excesos revolucionarios". También algunos miembros de las fuerzas de izquierdas fueron juzgados al ser concejales en el Ayuntamiento. En concreto, he localizado, aparte de los fusilados Villa o Fernández, los casos de Carmen Bonamaisson, la única mujer concejala, Bartomeu Pedragosa, Ramón Ventura Dam, Josep Gurri Castene, y Joan Herraiz Martínez, todos ellos condenados a penas menores.
B.. Afuse aislados. Respecto éstos, he añadido a la lista que conocemos gracias al trabajo de Josep M. Solé y Sabatéviii, cuatro personas más, una de las cuales, Joan Manel Escrig, era de Les Franqueses, pero actuó en el comité de Granollers. Los otros fusilados que no habían sido registrados son Miguel Sarabia Robles, Josep Ribas Mayoral y Domingo Requena Castillo, de los cuales facilito algunos datos.
El primero, Escrig, nacido en Les Franqueses, desde 1918 era de la CNT, muy activo y acusado de dirigir el ataque contra la guardia civil durante los hechos de octubre del 34 en Granollers. Miguel Sarabia, de 41 años era de La Galera (Granada), patrullero de la FAI, trabajó en la fábrica de guerra de Can Trullàs, y comentaba los bares que había matado gente de derechas, según los informes. En cuanto a José Ribas, del POUM, el informe afirma que se vanagloriaba de haber matado al duque de Solferino al inicio de la guerra en el cementerio. Y por último, Domingo Requena era de Lúcar, de familia de tradición anarquista, y trabajaba de albañil, afiliado desde 1928 a la CNT. Se le acusó de participar en la detención de Félix Gratacós a finales del 36, según la viuda y "confesó" (suponemos que bajo presión) que participó en asesinato de Montañá, Trullás y otros.
Aparte de éstos, dispongo de los datos extraídos de los juicios y las declaraciones que imputaban los otros fusilados:
ABARCA LÓPEZ, Gregori. Peón. Rebelde, jugador. De 30 años y de CNT.
AGON Malaret, Juan. De 1912, de Berga, vivía en c / Wilson, 83. Estaba en el Hospital militar de C / Tallers en febrero del 39. Haga guardias al comité, amenazó propietarios de Cardedeu y su esposa, Concepción Suess, lo acusó de matar 200 personas. Marchó a Francia enfermo y decidió volver a la España de Franco. El 9 de julio del 39 fue fusilado en el campo de la Bota.
HAGO GRATACÓS, Ricard. Molinero, nacido en Maçanet de Cabrenys en 1904. Estuvo en los campos de Albatera y Orihuela. Según Falange. era de la FAI, y voluntario en el frente, donde llegó a capitán. Era uno de los jefes del comité, con patrulla de cinco hombres a sus órdenes. Asesinó Roura, y Comas. En permiso, sacó del barco Uruguay JM Puntas y lo mató con otras cerca de Mataró. Dirigió la columna del Vallès y el 4 de junio del 40 fue sentenciado a muerte, y ejecutado en el Campo de la Bota el 10 de julio de 1940.
FERNANDEZ ZAPATA, José. Según Francesc Miralles, era presidente de Juventudes Libertarias. En octubre del 34 atacó la guardia civil. Hizo propaganda en febrero del 36 a favor del Frente Popular y julio asaltó el Ayuntamiento y atacó cuartel de artillería en San Andrés con la gente del comité, matando él algunos oficiales y volviendo con un camión cargado de armamento en la ciudad . Ordenó la quema de iglesias y creó la Columna del Vallès Oriental. Dirigió el asesinato de ocho campesinos en Centelles en febrero del 37. Condenado a muerte y ejecutado el 11 de marzo del 40.
FITÓ COSTA, Bartomeu. Uno de los líderes del Comité, el 32 entra en la CNT y el Ateneo Libertario dirigido por Valeri Mas (del cual era discípulo en palabras de Miralles) quien después fue consejero de la Generalitat. El 34 atacó el Cuartel de la Guardia Civil y en julio del 36 fue a casas de gente de derechas y llevó armas al Comité, quemó iglesias y el archivo de la propiedad. Fue sentenciado a muerte y ejecutado.
Gabaldà ARANA, Manel. De Barcelona, montador electricista, 39 años, Elisabets, 2. Dice que había sido sargento en Tercio extranjeros entre 1921 y 1927 y afiliado al Sindicato Libre hasta 1930 y llegó a teniente coronel, yendo con la expedición Bayo y el frente de Aragón (Tardienta). En 1937 fue nombrado al Batallón de Vigilancia y Control de Carreteras en Granollers, haciendo requisas y pasando gente en Francia a cambio de dinero. No tuvo actuaciones políticas ni militares. Amigo de Comorera y Aiguader, consejeros de la Generalitat. El 13 de abril es sentenciado a muerte, y ejecutado en el Campo de la Bota el 10 de mayo de 1939.
GONZALEZ RUIZ, Florentino. Acusado de crímenes diversos, fue uno de los interrogadores de Josep Vilardebó Uñó, quien fue muerto por los incontrolados. Tenía pistola que le dio el diputado de izquierdas por Barcelona Josep Grau y es acusado de hacer lista de personas a eliminar con Sebastián Grau. Fusilado 10 de julio de 1940.
GRADO MARCO, José. Hizo de juez del T. Revolucionario en Granollers ya Berga, donde fue dirigente de ERC, solicitando que JM Puntas fuera a declarar en Granollers, siendo luego asesinado por él mismo, según testigos. De Binéfar, 47 años, y alguacil. Ejecutado el 4 de julio del 39 y enterrado en cementerio del Sur-Oeste el 7 de julio del 39.
HERNÁNDEZ VERA, Sebastián. Afiliado a FAI hacía tiempo, iba con arma larga. Era uno de los que iba con la "auto Fantasma". Colaboraba con Espinal. Fusilado.
ROSAS RIERA, Julián. Proceso iniciado el 25 de junio del 40 cuando Juan Vendoiro desde Información de Falange hace informe diciendo que acababa de regresar del campo de concentración y era uno de los que iban en el coche Fantasma. Era del grupo de Haya, y otros, los cuales detuvieron el párroco de Palou y Vigas y los sres.Riera y Coll y verificaron la muerte de Cunillera. Considerado perillossíssim, el 17 de abril de 1941 se le notifica la condena a muerte y el 29 de mayo de 1941 es fusilado.
Sardá PAREDES, José. De JJ.LL, según Félix Barón le dio el tiro de gracia al Gral. Gay y Ramón Montañá. Voluntario a la Columna del Vallès. En los hechos de mayo se le requisa armas y bombas de mano. Vació de elementos litúrgicos las iglesias de Rulo y Marata. Nacido en 1919 en Granollers. Sentenciado a muerte y ejecutado.
SERRAS Colobrans, Esteve. Líder de izquierdas con Fernández, Espinalt y Vila, lideró el ataque de octubre del 34, y en febrero y julio del 36 en Gualba mató al conde de Solferino con "el Xato". En septiembre del 36 mató Esteve Trullàs y el sr. Vallbona. Mató el sr. Varón, según la viuda Elena Montañá Guasch, y con Fernández regirá la casa del marqués de Sta. Isabel que huyó. Según el sr. Jonch, dirigió el piquete que mató al general Gay. Era presidente del comité, trabajaba en Can Trullàs como Fundidora y era de Granollers. Detenido en Albatera, fue conducido a Granollers por los falangistas Vendoiro y Villa Tuset. Condenado a muerte y ejecutado en el campo de la Bota.
TAPIAS Cuspineda, Octavio. Del PSUC, secretario de la casa del pueblo, delegado de control en Banca Arnús, colaborador de "Hoz y martillo", comisario del ejército y acusado de matar al soldado Llaneza al querer este desertar. Pena de muerte dictada el 31 de mayo del 39 y ejecutado.
VICENTE PUJADAS, Francesc. De Juventudes Libertarias, iba con el "coche fantasma" y al morir dos anarquistas en Centelles se fue al entierro y algunos testigos dicen que mató siete u ocho campesinos como venganza. Obrero textil, nació en 1919 y estuvo en crema de iglesia. De Les Franqueses, vivía en Granollers.Sentenciado a muerte y ejecutado el 16 de julio del 39.
VILA MARTORELL Juan. Consejero de defensa del comité. Iguales imputaciones que Fdez.. y Serras. Los tres fueron asesinados en el Campo de la Bota entre el 11 y 16 de marzo del 40 tras una condena a muerte.
De todos ellos, cabe destacar que buena parte eran gente que habían dirigido el comité revolucionario y las luchas obreras hacía tiempo, con posiciones anarquistas y nacidos en la comarca. Es el caso de Ricardo Haya, José Fernández (nacido en La Unión), Bartomeu Fitó, Sebastián Hernández, Julián Rosas (que era del grupo del primero), Josep Sardà, Esteban Serras, Francisco Vicente y Juan Vila.
Todos son acusados de ser dirigentes del comité y culpables de lo que pasó durante la guerra en la ciudad, de utilizar el "coche fantasma" con el que se llevaba a los detenidos hacia la muerte, los asesinatos y de ser elementos destacados de la CNT. Destaca en este sentido el juicio a Villa, Fernández y Serras, el cual inicia con procedimiento abierto el 26 de agosto del 39, cuando llegan detenidos del campo de concentración de Albatera y que supone más de ciento veinte páginas de declaraciones donde la mayoría de familiares de víctimas y dirigentes de orden declaran contra ellos en sólo dos días.
También es destacable la figura de Josep Grau, que era el juez del tribunal y se le condena por ello. En otros casos como el de Juan Agon (o abonado) él había ido a Francia y devuelto. Su mujer lo acusó de matar doscientas personas, lo que le lleva a la muerte, situación que él no esperaba como lo muestra que no permaneció en el exilio. Otros como Florentino González eran acusados de hacer listas de personas que había perseguir en 1936 y Octavi Tapias es asesinado por ser el líder del PSUC y ser acusado por el tribunal militar de matar a un soldado por querer desertar.
Además, en todos estos juicios las declaraciones se hacían en términos muy similares, lo que me hace sospechar que los testigos recibían presiones sobre la declaración que debían hacer, era la más dura posible.
CSI Barcelona: El caso de la ciudad resquebrajada
Texto Carles Geli
Foto: Laura Cuch
Para conocer el estado del espíritu del pueblo -y al propio pueblo- de Cataluña durante los primeros meses de la Guerra Civil, Jaume Miravitlles, responsable del Comisariado de Propaganda de la Generalitat, empleaba medio en broma medio en serio las ventas del famosísimo El més petit de tots, que costaba tres pesetas. Según cálculos aproximados, se habían vendido 60.000 muñecos que llevaban la senyera, 20.000 llevando la bandera negra y roja de la CNT, 15.000 ondeando la comunista y 5.000 la republicana. "Es el primer sondeo político conocido", comentaba el irrepetible periodista. Otro colega, Carles Sentís, en su famoso reportaje seriado Viatge en Transmiserià, publicado pocos años antes, en 1932, en el semanario Mirador, hablaba de la "Nova Múrcia" para referirse al barrio de la Torrassa en el que, según sus datos (erróneos), de los 22.000 habitantes, 20.000 provenían de aquella región. Más adelante, la historia, con algunos de sus más totémicos representantes, ha dejado la fotografía fija de una Barcelona de 1936 obrera e interclasista por popular, unificada en el frente republicano antifascista que se tradujo en las no menos homogéneas milicias que salieron a la calle y se convirtieron en la primera tropa de choque contra los sublevados en 1936; casi al margen de la instantánea, se ve un intento de revolución social paralelo.
Con poco más de quinientas páginas (el lugar común siempre cuesta de desarticular), el catedrático de Urbanismo de la Universitat Politècnica de Catalunya, José Luis Oyón, ha desmontado y matizado gran parte de todos estos tópicos en La quiebra de la ciudad popular (Ediciones del Serbal). Así de claro: por percepción política, por procedencia geográfica, por formas de vida cotidiana y por ubicación en la ciudad, ni la unidad interclasista ciudadana y obrera era tal, ni aquel movimiento fue tan popular (entendido como mezcla) ni el corto verano de la anarquía fue una sandez extremista de unos pocos sino una verdadera revolución de los más pobres.
Se puede empezar por el final: el 71% de los anarquistas fusilados por los franquistas en el Camp de la Bota acabada la guerra eran obreros inmigrantes, nacidos de familias de la inmigración foránea. Exactamente el mismo perfil mayoritario de los milicianos catalanes, que apenas alcanzaban los veinticinco años, procedentes en muy buena parte (casi un 80%) de lo que Oyón bautiza como nuevas periferias de Barcelona (Torrassa, Sant Adrià, Santa Coloma..., gente que en sus tres cuartas partes no tenían origen catalán) y en una proporción mucho menor de los barrios tradicionales del obrerismo barcelonés (Sants, Hostafrancs, Poblenou, Gràcia...). Y un detalle a tener en cuenta: en su casa acostumbraban a vivir seis personas (4,7 era la media de la ciudad). El miliciano de la anarquista CNT mostraba alguna especificidad más: tenía una edad aún algo menor (entre 20 y 24 años), era un obrero poco cualificado (presentaba una tasa de analfabetismo más alta que la media), estaba vinculado a la inmigración llegada hacía relativamente poco a la ciudad (máximo, veinte años), procedía más del ámbito de la minería que del campesinado y, una vez más, otro tópico roto: sólo en un 1,5% eran mujeres.
Averiguar de dónde venían y en qué condiciones vivían los revolucionarios que salieron a la calle a parar el golpe fascista es el objetivo alcanzado de Oyón en este viaje, en el que utiliza los medios de transporte más inverosímiles: desde el padrón de viviendas de la ciudad en 1930 hasta los telegramas que los soldados enviaban a sus familias y que recogía el diario anarquista Solidaridad Obrera, pasando por los desahucios de los juzgados, los expedientes de comprobación catastrales, las historias de vida, las actas matrimoniales, etc.
Gracias a este trabajo de CSI Las Vegas televisivo aplicado a Barcelona y a las ciencias sociales, se puede asistir al vertiginoso y casi traumático cambio que sufrió la ciudad en poco más de veinte años, entre 1914 y 1936. Unas cifras siempre ayudan; por ejemplo, las del paso de los 600.000 habitantes de 1914 al millón de 1930 o el 1.200.000, con los municipios dependientes, en 1936. Sí, nunca la ciudad había crecido demográficamente tanto como entonces. La expansión económica resultado de la Primera Guerra Mundial y la demanda de mano de obra para las grandes políticas de infraestructura pública (especialmente el metro y la Exposición de 1929) explican una población tan numerosa, en la que seis de cada diez habitantes eran obreros (146.000 trabajadores manuales en 1905, pero 233.000 ya en 1930).
La primera consecuencia de todo ello es lógica: el número de edificios en la ciudad crece un 32% entre 1920 y 1930 y el centro histórico se densifica hasta la vergüenza, más de mil habitantes por hectárea en barrios como la Barceloneta, Santa Caterina, el Raval del Barrio Chino... Estos espacios densificados del centro histórico son el mejor ejemplo del inicio del cuarteamiento de la ciudad. La semimarginalidad, la figura del realquilado, el amontonamiento de estos espacios, rompen una característica predominante de Barcelona: los artesanos y los obreros cualificados actuaban como cemento social de los barrios, creaban una cierta homogenización social que también impactaba en la política. Ahora, por primera vez, los trabajadores no cualificados se segregaban claramente del resto de clases sociales, dibujándose tres escenarios obreros diferentes en la ciudad: estos barrios del centro histórico con claras bolsas de lumpenproletariado; los suburbios populares (partes de Poblenou, Gràcia...), donde aún existe una cierta mezcla de obreros de oficio, artesanos y algún cuello blanco (oficinistas), y las segundas periferias, de predominio absoluto del obrero inmigrante y sin cualificación laboral.
El obrero vive donde puede y como puede. El alquiler medio de un piso en Barcelona a principios de los años treinta del siglo pasado es de 55,2 pesetas al mes, casi una tercera parte del sueldo del trabajador no cualificado. Una barbaridad. No existe un gran parque inmobiliario pese al crecimiento. Se hace difícil encontrar casas baratas. Resulta fácil, por tanto, inventarse de todo: los famosos tres de ocho para dormir por turnos en un piso o en una fonda; el realquiler; la cohabitación, ya sea familiar o no (una de cada cinco familias obreras en la ciudad vive así); los "cuartos de casa" (28 metros cuadrados) de la Barceloneta; los cuatro pisos por rellano en los edificios de Ciutat Vella... Y las barracas, claro está: 3.859 (19.984 personas) en 1922, 6.500 en 1929. Y es que son veinte metros cuadrados de media con un máximo de dos dormitorios: por unas veinte pesetas al mes por lo visto no se puede pedir mucho más.
El meticuloso trabajo de Oyón baja hasta la arena de la vida cotidiana y de barrio. Fija, por ejemplo, en tres los kilómetros que recorre un obrero cualificado para desplazarse al trabajo, mientras que el obrero sin categoría laboral se traslada dos, y la mujer trabajadora, sólo uno: es la pervivencia de la movilidad aún ochocentista, a pie de casa al trabajo, porque se vive en muchos casos cerca de la fábrica, que marcará el lugar en el que vivir; una situación a la que tampoco es ajeno el precio de los billetes y la falta de medios de transporte en las segundas periferias de la ciudad. O sea, los obreros que más ganan salen del binomio "barrio en el que vivir-barrio en el que se trabaja"; los que tienen menos dinero, no. De algún modo pasa lo mismo a la hora de casarse; la endogamia geográfica es brutal: cuanto más pobres son los obreros, menos distancia (de los 400 metros a vecinos de escalera) entre los futuros miembros del matrimonio. El círculo se va haciendo más y más concéntrico; la vida de barrio es capital: en los barrios obreros, por ejemplo, disminuye mucho menos el número de lavaderos que en el resto de la ciudad. Es el caso, por ejemplo, de la Barceloneta, que de los 285 que había en la ciudad, en 1933 acaparaba ocho, uno de los cuales es el mayor de todos, en la calle Atlàntida, con ochenta plazas.
Son tiempos de militancia y afiliación sindical importantes, y el autor no deja pasar la ocasión para analizarlo en clave de espacio urbano. Es evidente que la CNT ya no tendrá jamás la fuerza que demostró entre 1910 y 1920 como consecuencia de un descenso de filiación que, en parte, viene dado por su postura beligerante con la República. Pese a ello, es fácil adivinar que seguirá siendo abrumadoramente predominante en su nuevo gran vivero, los barrios periféricos, en los que por cada trabajador de la socialista UGT hay seis de la CNT. En cambio, ya no son hegemónicos en los barrios obreros del centro histórico (ahora es más un territorio del POUM, por ejemplo) y en los suburbios populares, que han sido suyos entre 1918 y 1923 sin discusión. La cosa está más reñida, y es por ello por lo que en los suburbios populares por cada trabajador de la UGT hay tan sólodos de la CNT. ¿Es necesario recordar además que entre los fallecidos en las barricadas de los famosos Hechos de Mayo de 1937, el 64% eran de fuera de Cataluña (Aragón, Valencia, Murcia y Andalucía)? ¿O que, seis meses después, el 60% de los detenidos anarquistas en la cárcel Modelo de Barcelona (el 90% del total de los presos) eran militantes de segundas periferias y de las bolsas del centro histórico densificado? El círculo queda, por tanto, cerrado del todo. Y muy resquebrajado...
Quien sepa hacerlo, puede extraer mucho de La quiebra de la ciudad popular. Aunque ese no es nuestro caso, daremos un par de muestras de ello. Una: comprobar que la ausencia de reformas significativas en las condiciones de las viviendas de la ciudad en los quince años del período de entreguerras se convirtieron en el contexto ideal para el mantenimiento y posterior crecimiento de expectativas revolucionarias que acabaron rompiendo un ecosistema social. Nos vienen a la memoria los discursos y avisos de necesaria revolución lampedusiana que, de algún modo, desde finales del XIX y principios del XX habían dirigido a la burguesía barcelonesa personajes como Joan Mañé i Flaquer, Joan Maragall o, incluso, Agustí Calvet, Gaziel. Y la otra: aunque no lo parezca, de qué manera marca la vida de uno el hecho de vivir en un lugar de la ciudad y en unas circunstancias determinadas, como lo sufrieron las gentes de la Colònia Castells o del grupo de casas de Eduardo Aunós, por poner dos ejemplos del libro.
Y aun daremos una tercera: ¿qué recuerdo guarda la ciudad de todo ello? ¿Qué ha sido de este pasado, institucionalmente? ¿Qué pruebas en piedra quedan, por ejemplo? Puesto que hoy volvemos a escandalizarnos de los pisos patera (tanto para inmigrantes como para turistas), inventados hace ochenta años, y puesto que el libro de Oyón no ha ganado el premio Ciutat de Barcelona, quizás tendría que ser de lectura obligada en más de una junta directiva de patronal, cúpula sindical y despacho municipal. Para evitar futuros resquebrajamientos, vaya...
Cinco anarquistas fueron los últimos ejecutados en el Camp de la Bóta, dos meses antes del Congreso Eucarístico
La Vanguardia, 23-05-2002
El final de los días de la muerte. Josep Maria Huertas.
Barcelona. Cinco anarquistas fueron los últimos fusilados en el Camp de la Bóta, después de 13 años de ejecuciones. Pere Adrover, Jordi Pons, Josep Pérez, Genís Urrea y Santiago Amir cayeron bajo las balas en la madrugada del viernes 14 de marzo de 1952, dos meses antes de que comenzasen los fastos del Congreso Eucarístico. Presionado por el ambiente que se vivía en la Toulouse de los años 50, feudo de los anarquistas españoles exiliados, el arzobispo de la ciudad, monseñor Soliège, amenazó con no trasladarse al encuentro religioso de Barcelona si persistían las ejecuciones.
El historiador Josep Maria Solé Sabaté contó con paciencia los fusilamientos en Cataluña tras la Guerra Civil, entre 1939 y 1952, y la suma le dio la escalofriante cifra de 3.385 víctimas, de las que 1.689 habían sido fusiladas en la apartada playa del Camp de la Bóta, que era al mismo tiempo un barrio de barracas. "Sus habitantes más veteranos me explicaban los recuerdos de aquellos días en que el lugar se utilizaba para tan macabros fines", evoca Rosa Domènech, asistenta social en los años 60 de aquel desdichado suburbio.
La costumbre de fusilar en el Camp de la Bóta surgió en los primeros meses de la guerra. Jaume Miravitlles, comisario de Propaganda de la Generalitat, recomendó cambiar el lugar de los fusilamientos de los militares sublevados en julio de 1936, los fosos del castillo de Montjuïc, para evitar la morbosa asistencia de público. Alguien sugirió el Camp de la Bóta, donde existía un parapeto que había sido un campo de tiro para soldados. El 4 de septiembre de 1936, tres militares condenados a muerte fueron pasados por las armas en el lugar. La tanda de ejecuciones duró hasta el 18 de octubre de ese mismo año, y fueron 45 los oficiales ejecutados allí, ya que a partir de esa fecha se volvió a fusilar en Montjuïc.
El escritor E. J. Hughes, autor de un libro sobre la España de Franco, comenta que se volvió al lugar en 1939 al optar por "lugares retirados donde el ruido de las ráfagas no turbase la ‘tranquilidad’ de la población". El primero de los 1.689 ejecutados en el Camp de la Bóta durante el franquismo fue el abogado Eduardo Barriobero, diputado y masón que había presidido tribunales durante la guerra. Su sentencia de muerte se cumplió el 14 de febrero de 1939, y fue otro 14, el de marzo de 1952, trece años y un mes después, cuando el Camp de la Bóta pasó a ser tan sólo un suburbio de barracas junto al mar.
Los recuerdos que han quedado suelen ser los de los allegados de las víctimas. Carme Alba evocaba cómo, al enterarse de que su hermano Otili, militante del PSUC, había sido fusilado otro día 14, el de mayo de 1941, se trasladó rápidamente a la fosa común, adonde eran llevados los ejecutados. "Había unas cajas precintadas y me dijeron cuál podía ser la suya, pero no me la dejaron abrir. Al día siguiente volví con un martillo y una escarpa, hasta que pude introducir la mano, y la saqué con papeles y fotos que eran de él, y que los habían colocado encima del cadáver." Carme logró que los compañeros de trabajo de su hermano, de la empresa Rivière, construyesen una pequeña tumba en el sobrecogedor marco de la fosa común, hoy Fossar de la Pedrera.
Juanito Cuadrado se salvó en el último minuto, cuando todo estaba a punto de que el pelotón disparase. Llegó el indulto en el momento oportuno. Cumplió 24 años de cárcel y volvió al Camp de la Bóta junto al periodista Miquel Villagrasa para ver cómo en el lugar donde estaba el parapeto fatídico construían la depuradora del Besòs. "Recuerdo pocas cosas, seguramente por la angustia que pasé," explicaba. "Me viene a la memoria el parapeto, que era una rampa de tierra rojiza, supongo que por la sangre."
Del Camp de la Bóta no quedan más que los recuerdos y un monumento, "Fraternitat", al final de la rambla Prim. La Associació de Ex Presos Polítics no acude nunca, porque les desagrada la dedicatoria, limitada a los caídos en la Guerra Civil. Enric Puvill, secretario de la entidad, ha pedido que añadan "que el monumento honra a los ejecutados entre 1939 y 1952. Hasta que el Ayuntamiento no repare ese lamentable olvido, no es nuestro monumento".
Los Consejos de Guerra. Las once fusiladas del Campo de la Bota
El final de los días de la muerte. Josep Maria Huertas.
Barcelona. Cinco anarquistas fueron los últimos fusilados en el Camp de la Bóta, después de 13 años de ejecuciones. Pere Adrover, Jordi Pons, Josep Pérez, Genís Urrea y Santiago Amir cayeron bajo las balas en la madrugada del viernes 14 de marzo de 1952, dos meses antes de que comenzasen los fastos del Congreso Eucarístico. Presionado por el ambiente que se vivía en la Toulouse de los años 50, feudo de los anarquistas españoles exiliados, el arzobispo de la ciudad, monseñor Soliège, amenazó con no trasladarse al encuentro religioso de Barcelona si persistían las ejecuciones.
El historiador Josep Maria Solé Sabaté contó con paciencia los fusilamientos en Cataluña tras la Guerra Civil, entre 1939 y 1952, y la suma le dio la escalofriante cifra de 3.385 víctimas, de las que 1.689 habían sido fusiladas en la apartada playa del Camp de la Bóta, que era al mismo tiempo un barrio de barracas. "Sus habitantes más veteranos me explicaban los recuerdos de aquellos días en que el lugar se utilizaba para tan macabros fines", evoca Rosa Domènech, asistenta social en los años 60 de aquel desdichado suburbio.
La costumbre de fusilar en el Camp de la Bóta surgió en los primeros meses de la guerra. Jaume Miravitlles, comisario de Propaganda de la Generalitat, recomendó cambiar el lugar de los fusilamientos de los militares sublevados en julio de 1936, los fosos del castillo de Montjuïc, para evitar la morbosa asistencia de público. Alguien sugirió el Camp de la Bóta, donde existía un parapeto que había sido un campo de tiro para soldados. El 4 de septiembre de 1936, tres militares condenados a muerte fueron pasados por las armas en el lugar. La tanda de ejecuciones duró hasta el 18 de octubre de ese mismo año, y fueron 45 los oficiales ejecutados allí, ya que a partir de esa fecha se volvió a fusilar en Montjuïc.
El escritor E. J. Hughes, autor de un libro sobre la España de Franco, comenta que se volvió al lugar en 1939 al optar por "lugares retirados donde el ruido de las ráfagas no turbase la ‘tranquilidad’ de la población". El primero de los 1.689 ejecutados en el Camp de la Bóta durante el franquismo fue el abogado Eduardo Barriobero, diputado y masón que había presidido tribunales durante la guerra. Su sentencia de muerte se cumplió el 14 de febrero de 1939, y fue otro 14, el de marzo de 1952, trece años y un mes después, cuando el Camp de la Bóta pasó a ser tan sólo un suburbio de barracas junto al mar.
Los recuerdos que han quedado suelen ser los de los allegados de las víctimas. Carme Alba evocaba cómo, al enterarse de que su hermano Otili, militante del PSUC, había sido fusilado otro día 14, el de mayo de 1941, se trasladó rápidamente a la fosa común, adonde eran llevados los ejecutados. "Había unas cajas precintadas y me dijeron cuál podía ser la suya, pero no me la dejaron abrir. Al día siguiente volví con un martillo y una escarpa, hasta que pude introducir la mano, y la saqué con papeles y fotos que eran de él, y que los habían colocado encima del cadáver." Carme logró que los compañeros de trabajo de su hermano, de la empresa Rivière, construyesen una pequeña tumba en el sobrecogedor marco de la fosa común, hoy Fossar de la Pedrera.
Juanito Cuadrado se salvó en el último minuto, cuando todo estaba a punto de que el pelotón disparase. Llegó el indulto en el momento oportuno. Cumplió 24 años de cárcel y volvió al Camp de la Bóta junto al periodista Miquel Villagrasa para ver cómo en el lugar donde estaba el parapeto fatídico construían la depuradora del Besòs. "Recuerdo pocas cosas, seguramente por la angustia que pasé," explicaba. "Me viene a la memoria el parapeto, que era una rampa de tierra rojiza, supongo que por la sangre."
Del Camp de la Bóta no quedan más que los recuerdos y un monumento, "Fraternitat", al final de la rambla Prim. La Associació de Ex Presos Polítics no acude nunca, porque les desagrada la dedicatoria, limitada a los caídos en la Guerra Civil. Enric Puvill, secretario de la entidad, ha pedido que añadan "que el monumento honra a los ejecutados entre 1939 y 1952. Hasta que el Ayuntamiento no repare ese lamentable olvido, no es nuestro monumento".
Cinco anarquistas fueron los últimos ejecutados en el Camp de la Bóta, dos meses antes del Congreso Eucarístico
La Vanguardia, 23-05-2002
La Vanguardia, 23-05-2002
El final de los días de la muerte. Josep Maria Huertas.
Barcelona. Cinco anarquistas fueron los últimos fusilados en el Camp de la Bóta, después de 13 años de ejecuciones. Pere Adrover, Jordi Pons, Josep Pérez, Genís Urrea y Santiago Amir cayeron bajo las balas en la madrugada del viernes 14 de marzo de 1952, dos meses antes de que comenzasen los fastos del Congreso Eucarístico. Presionado por el ambiente que se vivía en la Toulouse de los años 50, feudo de los anarquistas españoles exiliados, el arzobispo de la ciudad, monseñor Soliège, amenazó con no trasladarse al encuentro religioso de Barcelona si persistían las ejecuciones.
El historiador Josep Maria Solé Sabaté contó con paciencia los fusilamientos en Cataluña tras la Guerra Civil, entre 1939 y 1952, y la suma le dio la escalofriante cifra de 3.385 víctimas, de las que 1.689 habían sido fusiladas en la apartada playa del Camp de la Bóta, que era al mismo tiempo un barrio de barracas. "Sus habitantes más veteranos me explicaban los recuerdos de aquellos días en que el lugar se utilizaba para tan macabros fines", evoca Rosa Domènech, asistenta social en los años 60 de aquel desdichado suburbio.
La costumbre de fusilar en el Camp de la Bóta surgió en los primeros meses de la guerra. Jaume Miravitlles, comisario de Propaganda de la Generalitat, recomendó cambiar el lugar de los fusilamientos de los militares sublevados en julio de 1936, los fosos del castillo de Montjuïc, para evitar la morbosa asistencia de público. Alguien sugirió el Camp de la Bóta, donde existía un parapeto que había sido un campo de tiro para soldados. El 4 de septiembre de 1936, tres militares condenados a muerte fueron pasados por las armas en el lugar. La tanda de ejecuciones duró hasta el 18 de octubre de ese mismo año, y fueron 45 los oficiales ejecutados allí, ya que a partir de esa fecha se volvió a fusilar en Montjuïc.
El escritor E. J. Hughes, autor de un libro sobre la España de Franco, comenta que se volvió al lugar en 1939 al optar por "lugares retirados donde el ruido de las ráfagas no turbase la ‘tranquilidad’ de la población". El primero de los 1.689 ejecutados en el Camp de la Bóta durante el franquismo fue el abogado Eduardo Barriobero, diputado y masón que había presidido tribunales durante la guerra. Su sentencia de muerte se cumplió el 14 de febrero de 1939, y fue otro 14, el de marzo de 1952, trece años y un mes después, cuando el Camp de la Bóta pasó a ser tan sólo un suburbio de barracas junto al mar.
Los recuerdos que han quedado suelen ser los de los allegados de las víctimas. Carme Alba evocaba cómo, al enterarse de que su hermano Otili, militante del PSUC, había sido fusilado otro día 14, el de mayo de 1941, se trasladó rápidamente a la fosa común, adonde eran llevados los ejecutados. "Había unas cajas precintadas y me dijeron cuál podía ser la suya, pero no me la dejaron abrir. Al día siguiente volví con un martillo y una escarpa, hasta que pude introducir la mano, y la saqué con papeles y fotos que eran de él, y que los habían colocado encima del cadáver." Carme logró que los compañeros de trabajo de su hermano, de la empresa Rivière, construyesen una pequeña tumba en el sobrecogedor marco de la fosa común, hoy Fossar de la Pedrera.
Juanito Cuadrado se salvó en el último minuto, cuando todo estaba a punto de que el pelotón disparase. Llegó el indulto en el momento oportuno. Cumplió 24 años de cárcel y volvió al Camp de la Bóta junto al periodista Miquel Villagrasa para ver cómo en el lugar donde estaba el parapeto fatídico construían la depuradora del Besòs. "Recuerdo pocas cosas, seguramente por la angustia que pasé," explicaba. "Me viene a la memoria el parapeto, que era una rampa de tierra rojiza, supongo que por la sangre."
Del Camp de la Bóta no quedan más que los recuerdos y un monumento, "Fraternitat", al final de la rambla Prim. La Associació de Ex Presos Polítics no acude nunca, porque les desagrada la dedicatoria, limitada a los caídos en la Guerra Civil. Enric Puvill, secretario de la entidad, ha pedido que añadan "que el monumento honra a los ejecutados entre 1939 y 1952. Hasta que el Ayuntamiento no repare ese lamentable olvido, no es nuestro monumento".
Foro por la Memoria
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