Los sucesos relacionados con el llamado
Caso Scala constituyen un proceso de capital importancia en la historia
reciente del Movimiento Libertario en general y de la CNT en particular. En
la CNT, una organización que se había reconstruido tan sólo dos años antes,
después del largo período de la dictadura franquista, que se hallaba
inmersa en una fuerte tensión entre diferentes tendencias internas que
pugnaban entre sí, compuesta en su inmensa mayoría por jóvenes recién
llegados a quienes sobraba entusiasmo y faltaba formación y experiencia,
aquellos acontecimientos supusieron un duro golpe que no logró recuperarse.
Aquellos sucesos siguen sin esclarecerse plenamente.
¡Arde el Scala!
Poco después de las
trece horas del domingo 15 de enero de 1978 se desencadenó un enorme
incendio que destruyó por completo la sala de fiestas Scala de Barcelona.
Al asombro que causó el suceso hubo que sumar el estupor por las muertes de
cuatro trabajadores –Ramón Egea, Bernabé Bravo, Juan López y Diego Montoro–
que se encontraban en el local en aquellos momentos, y que perecieron
víctimas de las llamas o por asfixia, debido a los humos y gases provocados
por el fuego.
Por aquellos días los ciudadanos estaban acostumbrados a las noticias de
atentados terroristas. A nadie asombraba el asesinato de policías o
militares, los coches-bomba y demás actos que resultaban casi habituales en
aquella época. Sin embargo, un atentado contra una sala de fiestas era algo
que resultaba inverosímil por lo absurdo y disparatado de la idea.
Probablemente por ello en los primeros momentos se aventuraron toda clase
de hipótesis. Algunos medios achacaron el atentado a vulgares
asesinos, otros lo relacionaron con cuestiones particulares
relacionadas con la sala de fiestas, algunos llegaron a establecer una
relación con la campaña en pro de la libertad de expresión que por aquel
entonces se desarrollaba en solidaridad con el dramaturgo Albert Boadella.
Pero la duda y la incredulidad siguió siendo la tónica general para la
inmensa mayoría hasta que, tan sólo cuarenta y ocho horas después, el
martes día 17 un comunicado de la policía informó de la detención de todos
los autores del atentado, a quienes inmediatamente se relacionó con la CNT.1
Efectivamente los
detenidos eran todos afiliados a la CNT y poco antes del atentado habían
participado en una manifestación que esa organización había convocado para
protestar contra los Pactos de la Moncloa. Al finalizar la
manifestación –según la policía– los acusados se habían dirigido a la sala
de fiestas lanzando contra ella seis cócteles molotov que
ocasionaron el incendio y la muerte de los cuatro trabajadores que se
hallaban dentro –por cierto todos ellos afiliados a la CNT–. De esta manera
quedó establecida la relación de los detenidos con la CNT y el atentado con
la manifestación.
Sin duda lo que más
sorprende es la insólita eficacia policial que había permitido encontrar a
los culpables entre las 10.000 personas que aproximadamente participaron en
la manifestación. Cómo consiguió la policía barcelonesa este alarde de
perfección es algo que no se llegaría a saber hasta algún tiempo después.
En aquel momento sólo dio lugar a toda clase de conjeturas que tenían como
común denominador la sospecha de que detrás de todo había gato encerrado.
Con el tiempo esa sospecha se acabaría convirtiendo en certeza.
¿Qué pasaba por aquel
entonces?
Pero para hacemos una
idea de lo que estaba ocurriendo, es necesario analizar siquiera sea a
grandes rasgos el contexto histórico en que se desarrollaban los
acontecimientos. El año 1978 fue crucial en lo que se ha dado en llamar La
Transición. Si los primeros años se caracterizan por una fuerte
tensión generada por la presión de los distintos sectores políticos y sociales
en un intento de imponer su particular punto de vista y su modelo político
y social, eso va dando paso a una segunda etapa caracterizada por el
consenso, en donde las fuerzas políticas imperantes se
ponen de acuerdo en cuanto a la configuración del nuevo régimen y encauzan
el proceso cerrando el paso a cualquier otra vía de desarrollo. El año 1978
será el año en que ese pacto se materializa en sus dos grandes vertientes:
el pacto político que dará lugar a la Constitución, y el pacto social que
se establecerá con los llamados Pactos de la Moncloa.
Si la Constitución tiene
una gran importancia en lo que se refiere a establecer las reglas básicas
del juego político, el pacto social tendrá una importancia también
trascendental, ya que será lo que permitirá reconstruir la paz social y la
disciplina en el mundo del trabajo. Algo sin duda imprescindible en un país
en donde la clase obrera había adquirido una gran capacidad de
autoorganización capaz de sobrepasar a comités y burocracias sindicales,
que era consciente de su fuerza real y que había adquirido una considerable
experiencia de lucha en las condiciones extremadamente duras de los últimos
años del franquismo. El pacto social era la herramienta necesaria para
restablecer una situación de sometimiento, imprescindible para afrontar una
crisis económica que se pensaba resolver con un ajuste duro que, por
supuesto, debían pagar los trabajadores.
Las grandes
organizaciones sindicales CC OO y UGT, en perfecta sintonía con los
criterios del PCE y el PSOE asumen el pacto incluso con entusiasmo y hasta
lo proclaman como una gran victoria de los trabajadores. La única
organización sindical importante que se opone a ese pacto es la CNT. Esta
organización que se había reconstruido después de la clandestinidad, había adquirido
una importante implantación en el mundo laboral y lideraba un gran
movimiento social y cultural que no encajaba en el sistema que se estaba
configurando. Pero lo que convertía a la CNT en un peligro potencial no era
su fuerza en aquel momento, sino su posible capacidad para encauzar el
descontento social que inevitablemente iba a producirse. No olvidemos que
en estos años crece desorbitadamente el desempleo, se produce un fuerte
incremento de la carestía de la vida y, en general, la calidad de la vida
de los trabajadores y de las clases populares sufre un importante
deterioro, que no tiene la debida respuesta porque las fuerzas mayoritarias
de la izquierda ya han aceptado un pacto político y social y no desean
poner en peligro lo logrado. Son los momentos en que se percibe con
claridad la posibilidad de un golpe de Estado militar que nos devolviera a
la situación anterior. Ante esa disyuntiva la izquierda mayoritaria
prefirió pactar para conservar lo conquistado y el precio fue hipotecar la
fuerza de los trabajadores y renunciar a la posibilidad de crear un
sindicalismo fuerte y autónomo. Pero volvamos al relato de los hechos.
¡A por la CNT!
Los detenidos fueron
debidamente acusados y procesados, pero eso no detuvo la operación
policial. Muy al contrario, en los días siguientes serían detenidos varios
afiliados y militantes de la CNT. El simple hecho de aparecer en la agenda
de teléfonos de algunos de los acusados o de una persona relacionada con
alguno de los acusados se convirtió en motivo suficiente para ser detenido.
Después de ser interrogados y pasar alguna noche en el calabozo, los
detenidos eran puestos en libertad sin cargo alguno. Resultaba evidente que
la policía no buscaba nada ni a nadie –ya tenían a los culpables– se
trataba simplemente de amedrentar a los cenetistas y de ahuyentar de la
organización a miles de trabajadores afiliados que, si bien se
identificaban con la línea sindical de los anarconsindicalistas, no estaban
dispuestos a llegar demasiado lejos en su adhesión, ni mucho menos a
desafiar una represión policial de aquella envergadura. La cosa no era de
broma, las noticias de nuevas detenciones crearon un ambiente de inseguridad
en gran parte de la afiliación. Por otra parte, la certeza de la
implicación de la CNT en el atentado fue afianzándose en la opinión
pública, lo que provocó un serio deterioro en la imagen de la organización
y de los anarquistas por extensión. Si a esto añadimos las noticias de
agresiones y asaltos por parte de grupos fascistas, que en aquellos días se
incrementaron de forma muy considerable, podemos hacemos una imagen
aproximada de la situación. Ser libertario en aquellos momentos se
convirtió en algo bastante desagradable. Los medios de comunicación lo
hicieron impopular, la policía y los grupos de la ultraderecha lo hicieron
peligroso.
Como hemos dicho la
represión no sólo fue policial. El caso Scala marca el comienzo de una
intensa campaña de atentados contra el Movimiento Libertario y contra la
CNT en particular protagonizada por grupos, al parecer de ultraderecha, que
se escondían detrás de siglas desconocidas e indescifrables. En aquellos
meses se tuvieron noticias de atentados en varias ciudades, sin que la
policía demostrara la misma eficacia en detener a sus autores que había
demostrado en el caso Scala.
Aparece Gambín
El veintidós de febrero
se procesa a once personas acusadas de la autoría del atentado, además de
por tenencia de explosivos. Las características de los acusados son
bastante similares y responden al prototipo de millares de jóvenes que
después de haber pasado su adolescencia bajo el franquismo engrosaban ahora
las filas de la izquierda radical; casi todos ellos estaban entre los
diecisiete y los veinte años. Pero había una excepción. Un extraño
personaje que destaca claramente de los demás. Tiene cuarenta y nueve años
y un historial que carece por completo de significación política o
sindical, se trata de un vulgar delincuente con una larga lista de condenas
–veintiocho en total– por robo, falsificación, estafa y otros delitos todos
ellos con el común denominador del lucro como única motivación. Su nombre
es Joaquín Gambín alias El Grillo y aunque procesado como los otros, lo
será en rebeldía, ya que no ha sido detenido como los demás.
Pero antes de continuar
con el relato de los hechos conviene que nos detengamos en analizar a este
personaje, clave sin duda en esta historia. La primera noticia que tenemos
de Gambín es en el año 1977 en la cárcel Modelo de Barcelona. Allí –según
declararía él mismo más tarde–2 fue reclutado por los
Servicios Secretos de la Policía como confidente y colaborador, a cambio de
librarse de los muchos años de condena que tenía por delante. Mediante una
manipulación de su expediente judicial realizada a instancias de esos
Servicios Secretos que le relacionan con un grupo de detenidos de la Federación
Anarquista Ibérica,3Gambín por arte de magia o por razones de
Estado pasa de ser un vulgar chorizo a convertirse en un preso político,
gracias a lo cual se beneficia del decreto de amnistía que se promulga ese
mismo año y queda en libertad.
De esta manera Gambín,
ya libre, empieza a trabajar para la policía a cambio de un sueldo de
cuarenta y cinco mil pesetas al mes, más las cantidades que recibía a
cambio de las informaciones que facilitaba o de las operaciones en las que
participaba. Sus primeros trabajos consistirían en infiltrarse en grupos de
orientación anarquista. Hay que recordar que por aquella época el
Ministerio del Interior dedicaba buena parte de su tiempo a combatir al
Movimiento Libertario; el ministro titular Martín Villa llegó a decir que
le preocupaba más el activismo †libertario que el terrorismo de la ETA
o del GRAPO,4 lo que no dejaba de ser curioso, teniendo en
cuenta la larguísima lista de víctimas –algunas de ellas pertenecientes a
las más altas jerarquías del Estado y del Ejército– que esas organizaciones
tenían en su haber, mientras que entre las víctimas del activismo
libertario no había más que algún autobús, algunos contenedores de basuras
y algunas cosas más por el estilo que suelen ser las víctimas habituales de
los manifestantes excesivamente fogosos.
Poco después de salir de
la cárcel, Gambín se infiltra en un grupo de trabajadores de la SEAT de
Barcelona que se hacían llamar nada menos que Ejército Revolucionario de
Apoyo a los Trabajadores (ERAT).5 Después de perpetrar algunos
atracos de cierta importancia, la policía desarticula el grupo y detiene a
todos sus miembros, con la obvia excepción de Gambín que desaparece
oportunamente.
Más tarde aparece otra
vez en la cárcel Modelo de Barcelona donde se relaciona con uno de los
acusados del caso Scala, con el que entabla amistad y, a través de él, con
los demás acusados una vez que ambos salen en libertad. En esta época el
delincuente habitual apodado El Grillo adquiere una nueva dignidad
revolucionaria y pasa a apodarse el viejo anarquista. Con esta nueva
imagen, Gambín se integra en el grupo con el que colabora hasta el día en
que se produce el atentado. Ese mismo día, tan oportunamente como otras
veces, desaparece sin dejar rastro.
NOTAS
1. En su nota la policía
atribuía la autoría del atentado a un comando anarquista integrado en la
Confederación Nacional del Trabajo que sirve de apoyo en todos sus
propósitos a la CNT a la que está íntimamente ligado como brazo armado.
Ante esta información la CNT interpuso una querella contra el Jefe Superior
de Policía Calleja Peinado que, como era de esperar, no prosperó.
2. Declaraciones hechas
por Gambín al fiscal del Caso Alejandro del Toro Marzal tras su detención
en Valencia en diciembre de 1981.
3. La CNT, a través de
su Comité Pro-presos, pagó la cantidad de 80.000 pesetas en concepto de
fianza por la libertad provisional de Gambín.
4. Declaraciones de
Martín Villa a la televisión en febrero de 1978.
5. El propio Gambín
reconoció su participación en el ERAT tanto en la entrevista que concedió a
Cambio 16 en febrero de 1980, como en sus declaraciones ante el fiscal en
1981. Según sus declaraciones, en aquellos momentos necesitaba pasta y
buscó un grupo que le diera cobertura política.
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claracion caso "Scala". Libertad detenidos. Amnistia total : Implicados : Carlos Gonzalez Garcia, Emilio Forte Gil, Francisco Martinez Perez
Los retratos de Rosa Lopez Jimenez, Francisco Javier Gascón Cañadas, Myte Fabres Oliveras, José Cuevas Casado, Pilar Alvarez Alvarez, Luis Muñoz García, Arturo Palma Segura
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