Es indudable que es una obra sería y que aporta elementos. El problema es
el enfoque: Abdón Mateos, maestro del autor, da la tónica en su prólogo: “ el
arraigo y la perduración del anarcosindicalismo en el movimiento obrero
español resultan en sí mismos una anomalía [...] La táctica de la acción
directa había conducido a la degeneración del pistolerismo [... el nuevo
movimiento obrero reformista, con metalúrgicos o monetarios que negociaban
convenios y pagaban letras para la vivienda y los pequeños bienes de consumo
del desarrollismo, y que no estaban dispuestos a arriesgar su vida por la
revolución social, por el comunismo libertario.” Final aparentemente acertado
después de dos afirmaciones históricamente falsas (una moda de los
universitarios, ver a Godicheau).
El sindicalismo de acción directa anti capitalista, poderoso en Francia,
Estados Unidos, Rusia y Argentina, fue liquidado respectivamente por luchas
internas y la represión policial y militar. Hasta ahora la patronal catalana
era la creadora de los atentados realizados por sus matones para quitarse de
los líderes sindicales comprometedores (ver la historia de Buenacasa y la de
Peirats) . En cuanto a la última frase del prologuista, la disyuntiva estaba
en los 1960 en emigrar al extranjero o compensar el vacío social con el
consumismo. Exactamente la misma situación reinaba que en la Unión Soviética
y sus colonias (arriesgando la vida o buscando enchufes en el PC). Pensar en
otra sociedad se plantea cuando el capitalismo sólo ofrece la miseria, lo que
es cada día más evidente.
Ángel Herrerín empieza en su introducción recalcando que para su
investigación “ nos encontramos con el más absoluto de los desiertos
historiográficos [...] corregido, con sus defectos y virtudes, por los viejos
militantes libertarios a través de sus memorias, a muchas veces a medio
camino entre la autobiografía y la literatura histórica.”
Tras estas afirmaciones mesiánicas, el autor observa con justeza los
vaivenes entre sindicalistas y anarquistas a través del prisma de Ángel
Pestaña (aparente profeta, sin que la elección se justifique). El historiador
presenta una visión optimista de la participación gubernamental
anarcosindicalista : “ayuda a las colectividades, y el envío de armas al
frente, mejoras de la situación de la retaguardia, libertad para que las
mujeres abortaran”. El problema es que de cuatro afirmaciones, tres son
discutibles o inexistentes (colectividades, armas, aborto, ver la reseña del
libro de Federica Montseny).
El primer capítulo sobre el período 1939 1945 adolece de otra
deficiencia. Visiblemente el autor se vale del prisma de la universidad; no
admitiendo otros documentos que los salgan de la misma (estudios y
testimonios); con una excepción para los archivos depositados en él Instituto
Internacional de Historia Social de Amsterdam. El enfoque es válido para
datos económicos sociológicos y científicos. Pero pierde sentido para asuntos
de la calle, de la vida corriente.
Tomemos el ejemplo del primer comité nacional confederal de Pallarols.
Tenemos la descripción, la caída y la represión. Luego vienen los contactos
con la Falange y, al final, la organización del exilio. La lógica es
impecable pero el autor omite un elemento que contradice su tesis que parece
ser una colaboración práctica entre cenetistas y falangistas (pp. 28 y ss.),
a lo que se oponía el exilio que vino a escindirse, con una rama en sintonía
con el Interior, para luego ir apartándose.
Esteban Pallarols, fundador del primer comité nacional en 1939,
organizador de varias fugas de campos de concentración de militantes
cenetistas era muy eficiente gracias a documentos falsificados o con la
corrupción de funcionarios. Tanta fue su actividad que creó una sociedad de
transporte alimenticios para poder contactar con todas las regiones de
España. También estaba en relación con Ponzán y su red a través de la
Península (ver el libro de Téllez). No dejó de mandar un emisario a Francia
para pedir ayuda económica y seguir así salvando vidas. “ nada conmueve a los
dirigentes de los organismos de la inmigración que andan empleados en
procurar a la inmigración americana el mayor número de refugiados. Y gastan
fortunas colosales para ello.” “ el exilio no estuvo, general a, a la altura
de las circunstancias ni en aquellos momentos y en épocas sus posteriores.”
Ambos juicios corresponden a Juanel Molina en 1976 (El movimiento
clandestino en España 1939-1949, p.65) y a Cipriano Damiano (Resistencia
libertaria la lucha anarcosindicalista contra el franquismo, p. 57);
Heine Harmut relata casi lo mismo en La oposición política al
franquismo en 1983.
De hecho, la separación entre el exilio y el Interior empieza con la
retirada de Cataluña en enero de 1939 y la negativa de todas las planas
mayores - excepto la del PC - a regresar a España, uno de los motivos del
golpe de Casado en marzo, con la ayuda esencial de las fuerzas confederales
de Cipriano Mera. Huyó el comité central del PC, con la autora de “Antes
morir de pie que vivir de rodillas” que cumplió al revés su máxima bajo las
suelas de Stalin.
Un elemento clave del conflicto interior exilio y dentro del mismo exilio
fue la actuación del Consejo Nacional del Movimiento Libertario y la gestión
de sus fondos (hasta ahora misteriosa). El historiador tenía un punto de
comparación interesante, de paso, con el partido comunista de España y el
desvío de parte de las ayudas soviéticas por el partido comunista francés.
Tambien tenía Herrerín otra pista con la compenetración entre este primer
comité nacional y la red de Ponzán, que jugaba con la baza de la ayuda a Gran
Bretaña, la Francia de los derrotados y luego EE UU, pensando en una
compensación ulterior. Es exactamente la misma ilusión que tuvo la fracción
confederal que intervino en el gobierno republicano a partir de 1945,
compartida por parte del interior.
En 1939-1940, la hipótesis era comprensible. Ya en 1944-1945, y era muy
discutible y con el caso de Yugoslavia - victoria de la pandilla de Tito
contra los grupos estalinistas -, el conocimiento del pacto de Yalta, no
podían quedar dudas de que esta estrategia no tenía sentido alguno.
Aquí cabría preguntarse ¿qué buscaba exactamente la CNT del interior?
Creo que era un régimen de tipo republicano o parlamentario para reponerse y
seguir andando. Para los militantes que vivían en España el problema de la
participación gubernamental era una disquisición ociosa: "Teníamos un
cuarto de hora para hablar con un compañero de asuntos de vida y de muerte.
No se podía perder el tiempo en disensiones de este tipo" según el
testimonio de A. Cañete ex-guerrillero granadino, delegado al congreso de
Sevilla -1945- que designó a Luque como ministro. Para aquél, dicho
nombramiento no tenía mucha importancia, y creemos que muchos pensaban así
(Mintz La autogestión en la España revolucionaria, p. 241, nota 32).
Creer y seguir creyendo que en1944-1947 los países vencedores del Eje
iban a derribar o participar en la caída del régimen franquista era como
creer que el capitalismo es el altruismo o el marxismo leninismo la salvación
de la humanidad. Hace falta mucha ingenuidad o tener intereses lucrativos para
afirmarlo.
Para mí, más allá de los problemas presuntamente teóricos - participación
gubernamental circunstancial o permanente - había en el exilio grupos de
poder que influían y dependían de la Confederación (multiplicación de los
puestos remunerados, una ventaja para medrar sin tener que buscar trabajo en
un país extranjero, lo que explica lo que el autor destaca el acaparamiento
de los cargos de responsables por una exigua minoría). Cinco miembros que
cobraban un sueldo, luego tres (p.191) , con un pico de 30.000 / 25.000
afiliados que quedaron en una media de 10.000 (mi estimación) - muy inferior
a partir de fines de los 60 (p. 310) - muestra la tremenda diferencia con la
CNT de los 1930-1936 : una veintena de liberados en la realidad, si bien
únicamente el secretario del Comité nacional lo era en teoría. Muy
significativo también es la permanencia de la cúpula de un grupito de media
docena de militantes (p. 199).
Para volver a la Falange, ya trató el tema el amigo César Lorenzo
"vanas negociaciones con los falangistas. “Las concepciones de estos
militantes libertarios se entroncaban sin duda alguna en una verdadera
traición. [...] se subrayó igualmente con una reprobación. [1965] Que el
móvil principal de la iniciativa del grupo madrileño no era otro que el temor
a la infiltración del Partido Comunista ortodoxo. En los sindicatos
verticales [...] dialogaban con quienes luchaban contra los estudiantes, los
jóvenes sacerdotes, los partidarios de las comisiones obreras, en la calle,
las fábricas, la universidad, al fin y cabo daban su aval a un edificio
sindical carcomido de que no querían saber nada los trabajadores. Un mínimo
hubiera sido exigir que la amnistía general y la libertad total de expresión,
dos requisitos si los cuales no se podría considerar la guerra civil como
acabada. (Edición francesa pp. 337, 397).
Se parece a la opción de 1917 en Rusia : fortalecer un gobierno
socialista reformista opuesto a reformas de envergadura o estar del lado de
los explotados organizados en soviets. Algunos quizás podían titubear. A
fines de los 80, tanto en las colonias de la URSS como dentro, ingresar en el
aparato comunista para aprovecharse del mismo significaba vivir de la
podredumbre mafiosa que vive a sus anchas desde 1991. Ingresar en el
verticalismo, para mí, era idéntico.
Es típico de la tendencia jerárquica del autor tratar de luchas entre
grupitos (pp. 36-50) , antes que evocar la reordenación sindical del período
1944-45, que se aborda demasiado tarde en el libro (pp.118-126). En cambio,
está muy bien explicada la diferenciación entre conflictos promovidos desde
la base y una dirección clandestina temerosa por las recaídas sobre su
reorganización. También es excelente la valoración de boicots a los tranvías
en Barcelona en 1951. Otra vez la dicotomía entre la calle y la visión de la
dirección sindical. Recalcar como hace Herrerín : “ Esta fuerza potencial de
cenetistas, coordinados y no aislados en el sindicato vertical, podría haber
traído [...]” (p. 144), es su en fijación sobre el entrismo órganos podridos.
Estas críticas no deben ocultar las numerosas cualidades de una obra de
un historiador, ajeno a la familia libertaria (familia en el sentido burgués
del término : tapar parte de la verdad para mantener la honra).
Excelentes son las páginas sobre el espionaje recíproco entre ambas
tendencias en el exilio, el chaqueteo puramente oportunista de negar el
presente para arroparse en el 36, la poca capacidad de mantener un aparato
clandestino con centros abiertos de par en par, la poca capacidad económica y
la baja de afiliación (pp. 94-112). E igualmente el corte progresivo entre el
interior y la parte del exilio que lo apoyaba.
No creo que el acercamiento a los monárquicos merezca tantas páginas. La
ilusión que se tuvo, entre socialistas y anarcosindicalistas, sí, es
fundamental, tanto como la de la participación gubernamental unos diez años
antes.
Es también exacta la observación de que la lucha clandestina término por
resultar imposible (pp. 158 -160, 168.
No pondría - como historiador - la aparición de las comisiones obreras a
partir de las huelgas de 1956-58 (p. 170), pero es exacta la constatación de
que la CNT ya no existía cuando los” conflictos laborales” surgieron en 1962,
año de la solicitud de entrada en la Comunidad Europea. Importante fue la
reacción (irónica, para mí) del Caudillo relatada por la prensa del régimen :
“ En el fondo, y dada nuestra fortaleza, no es malo que surjan problemas que
pongan a prueba nuestros sistemas y nos permitan perfeccionar nuestros
instrumentos. (muy bien) Esto fortalece nuestra naturaleza, pues no es la
mejor naturaleza la que se encierra en una completa asepsia, sino la que sabe
crear anticuerpos que la defiendan. (muy bien) “ (mayo de 1962, en España
hoy, Ruedo Ibérico, p. 231 ; dichos anticuerpos fueron en parte las HOAC).
Interesante es la evocación de lo que quedaba de la CNT : militantes
quemados y casi nadie para tomar cargos (pp. 173-176). Quizás hubiera sido
interesante señalar que en la misma época, los compañeros búlgaros estaban en
la misma situación, “en el socialismo real” y siguió hasta noviembre de 1989
y la reaparición a la luz pública, con un corte psicológico con la juventud
que hacía de ellos casi emigrados del interior. Mejor suerte tuvieron los
libertarios españoles y búlgaros que los de la URSS que prácticamente habían
desaparecido en 1991, pero el desfase mental provocó estragos.
Entre las sugerencias, se habría podido indicar brevemente que la UGT y
el PSOE vivían la misma situación hasta que a principios de los 70 la
internacional socialista comenzó a pagar liberados en España tras el golpe de
estado interior del grupo de Felipe González. Para Defensa Interior, tenemos
una visión sobre el aparato y no los militantes de base. Un lado interesante
fue cierta fusión con la emigración económica, que la CNT no había conseguido
y quizás buscado.
La visión de los múltiples plenos, manipulados, es dura pero veraz (p.
259).
Como era de esperarse, el cincopuntismo está muy desarrollado. Como
detalle, haber señalado la fecha del 4 de noviembre (p. 270) cómo reunión
fijada por la CNS, el aniversario de la entrada en el gobierno en 1936 (claro
si la CNT estuvo con el PC porque los fascistas. Y Herrerín constata la misma
paradoja que César Lorenzo : se ”abandonaba la actuación en la calle, en las
fábricas, en los talleres, en definitiva el todos aquellos lugares donde la
CNT había forjado su historia sindical.” (p.283)
Me parece que el papel otorgado a Frente Libertario como tendencia
renovadora en el exilio y tribuna de la presencia libertaria en el interior
es demasiado exiguo. Fue capaz de reanudar contactos con los grupitos que se
reivindicaban de CNT a fines de 1975. Sobre todo dio una lección de rectitud
al acabar con su órgano de prensa puesto que en España ya volvía a aparecer
una prensa anarcosindicalista. Habría sido bueno dar un toque de luz sobre
grupos libertarios que brotaron como hongos después del 68, la evolución
proletaria interna hasta llegar a los GOA, el MIL, etc., y su visión del
anarcosindicalismo.
Creo que el capítulo sobre ”Culturas políticas libertario” carece de
distanciamiento, si bien hay datos siempre interesantes. La evocación de la
represión, las mujeres de los presos “las que no eran puntas eran queridas”
(visión franquista, p. 376) , debería de servir al historiador para
recapacitar sobre el interés, para CNT, de haber estado en el sindicalismo
vertical. Para los militantes del PC, acostumbrados a celebrar la alianza con
Hitler y luego luchar contra el fascismo, los chaqueteos y el jesuitismo son
cualidades militantes. En la cultura libertaria y anarcosindicalista del
“Proletariado militante”, son lacras.
Y justamente, una labor digna del exilio fue imprimir el texto Anselmo
Lorenzo, obras de Kropotkin, tener una actividad cultural, sin duda demasiado
limitada. porque dependía de un grupo pequeño, encerrado en sí mismo, que
consideraba que estaba por poco tiempo en el exilio y que tampoco conocía la
España que estaba cambiando. Por eso, sin duda, los hijos se integraron en el
medio francés, en la vida política burguesa. No tanto como piensa que el
autor, puesto que hay hijos y nietos de cenetistas en todos los grupos
libertarios de Francia.
Para México, totalmente exacta resulta la evocación de cenetistas, “
patronos que habían tenido problemas de huelga con los nativos”.
El final del capítulo me parece demasiado elogiosos : “los libertarios
exiliados [...] manteniendo su cultura, tanto popular como política, por
encima de la realidad que les rodeaban” (p. 396). Además, como atinadamente
lo escribió el autor, una central sindical, en el exilio, sin sindicatos es
una paradoja, un absurdo (para mí). Justamente eso ni es libertario ni
anarcosindicalista : es lo contrario, un aburguesamiento cultural propio de
grupos étnicos incapaces de sintetizar nuevas influencias.
Todo lo contrario de lo que sucedió en Argentina con miles de militantes
de origen italiano y español que plasmaron su experiencia con las necesidades
locales. La diferencia estriba en que sabían que no iban a volver nunca sus
lares. En el exilio, los compañeros no quisieron conjugar su militancia, su
saber, con los nativos. Incluso se opusieron a la formación de la CNT
francesa en 1946 por temor a perder afiliados ¡ !
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Herrerín López Ángel La CNT durante el franquismo - clandestinidad y exilio (1939-1975) - Res. 23
Posted on 5:25 by Librepensador Acrata
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